“…Si guardamos una actitud fría y pedagógica en presencia de un paciente afectado de opistótonos, rompemos el último vínculo que nos une a él… ya no es sensible al razonamiento, sino a lo más a la benevolencia materna".
Opistótonos: Es una afección en la cual el cuerpo se sostiene en una postura anormal y, por lo general, involucra rigidez y arqueamiento severo de la espalda, con la cabeza tirada hacia atrás. Si a una persona con opistótonos se la dejara recostada de espaldas, sólo la parte posterior de la cabeza y los talones tocarían la superficie de apoyo. (mediplus).
Poner al cuerpo en una postura anormal, rígida, limitado en su movimiento… Por qué Ferenczi hablará de esto para expresar los diferentes modos de trabajo analítico en condiciones anormales, donde lo que impera no es el razonamiento y la asociación, sino un acercamiento más continente, más primario, más materno.
Pienso que hoy en día (momentos de pandemia y cuarentena) tanto los pacientes como los analistas se han tenido que volver –gracias al apremio a la vida- un opistótonos. Un cuerpo rígido y sin mucho movimiento en un espacio de confinamiento, se confunden los espacios y sus funciones, así como los tiempos y prioridades. Vimos en la clínica al principio un movimiento favorable en los pacientes, parecería que tocaban temas que en lo presencial les costaba trabajar, asociaban cosas profundas y muy interesantes dentro de su historia personal. Uno podría explicarse esto gracias a cierta distancia óptima, a procesos regresivos catalizados por la ansiedad y el desconcierto, a la necesidad de elaborar algo invisible como lo es un virus y todo esto es cierto, pero también se pudo observar en ciertos casos cómo este proceso comenzaba a llegar a puntos regresivos donde la posibilidad de operación psíquica superior comenzaba a perderse para dar paso a ansiedades irrepresentables, sentimientos de soledad, miedo y vacío… Se llegaba al opistótonos psíquico.
André Green es su texto de espacio(s) y tiempo(s) dice… “La creatividad va de la mano de la libertad, y la libertad va de la mano de la capacidad de moverse de un modo de pensamiento a otro según las circunstancias” Pag. 245.
Las circunstancias nos exigen movimiento, pero el movimiento tiene un límite y ese límite lo pone la estructura, es decir, aquellos que tengan un mejor funcionamiento psíquico simbólico podrán o al menos intentarán hacer psique de lo “real” de esta situación. Pero aquellos con estructuras y funcionamientos más endebles se verán arrasados por la pérdida de libertad tanto física como mental.
Freud en “Neurosis y Psicosis (1924) dice: “Normalmente el mundo exterior gobierna al ello por dos caminos: … Por las percepciones actuales, de las que siempre es posible obtener nuevas, y, en segundo lugar, por el tesoro mnémico de percepciones anteriores que forman, como mundo interior, un patrimonio y componente del yo” pag. 156.
Es importantísimo esto que Freud nos dice, pues se necesita del mundo externo para hacer mundo interno y de éste para elaborar. Cuando se cae en un confinamiento, se pierde el primer proceso, ayudarnos de las situaciones de la “realidad” y la experiencia emocional ligada a ella para confrontar y representar, y se sostiene sólo con el segundo proceso, con el tesoro mnémico que se tiene – que no es poca cosa-. Una de las mayores dificultades clínicas es la pregunta que aparece de diferentes maneras pero en su origen es ¿Qué y cómo le hago ahora que estoy en 4 paredes? Es decir, cómo utilizo los recursos de mi hogar para elaborar no sólo el confinamiento, el virus, lo económico –y todo esto en sus componentes fantasmáticos- sino también mi angustia, soledad, miedos, conflictos, cercanías y distancias…
Se ha necesitado que uno ponga a merced su tesoro mnémico y rescatarse, pero tanto a estructuras mejor posibilitadas como a las que no, se les ha achicado el espacio.
Ferenczi en su texto sobre la confusión de lenguas, habla del traumatismo sexual que se causa en un niño cuyo lenguaje sexual infantil, es vía la ternura. Pero cuando el adulto llega con su lenguaje erotizado y pasional, le provoca un abandono a sí mismo, un trance traumático, y un proceso identificatorio en donde pone la escena de afuera en una escena interna donde hay más posibilidades de convertirla en otra cosa y dicho proceso escinde al niño en inocente/ culpable-culpa del agresor por identificación-.
Creo que en otro nivel, el virus como factor irrepresentable llega a tomar el lugar de un lenguaje otro del que se nos dificulta –por la pérdida de la opción1 freudiana antes citada/ confinamiento- su elaboración. Se nos ha impuesto desde lo “real” algo que se dificulta volver “realidad”- sobre todo psíquica- . Nos queda identificarnos con el agresor, hacer de ese virus algo no tan avasallante, donde aparece el peligro de la omnipotencia de “eso no existe”, que Ferenczi explica bien en el proceso de introyección y desaparición de eso externo que pasa y con lo que no puedo. Puedo intentar elaborar con mis tesoros mnémicos y con la angustia limitante que eso representa en confinamiento. Puedo quedar atrapado por el “temor intenso” que menciona el autor ante tal impacto. O puedo tener una progresión traumática, una pseudo madurez que en realidad defiende de la fragilidad.
Creo que ha pasado de todo, algunos pacientes se vuelven pseudo-maduros y es la forma en que se sostienen, otros se rescatan psíquicamente vía la fantasía y sus espacios creativos, otros hacen de eso algo no existente y más tierno en nuestra mente, y otros necesitarán que los sostengamos frente al temor intenso, algo más primario, algo más materno…
Alejandro Artiachi Alcalá
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